MUDRAK EL HUMANO.

Mudrak tenía esa chispa en la mirada que lo diferenciaba del resto. Un inconformista con la capacidad de preguntar y cuestionar. Un rebelde que no asumía las cosas tal y como eran.

Al resto de los habitantes de la Isla les era suficiente con su ración diaria de Palna, aquella bebida dulzona, burbujeante, de color marrón oscuro que el régimen servía a modo de pago por, simplemente, no molestar y cumplir con las obligaciones diarias. Sin embargo, Mudrak, evitaba tomarla, prefería cambiarla en el mercado negro por alguna pieza de fruta que la gente más anciana cultivaba en pequeños huertos clandestinos.

Era de boca de los más viejos donde había oído aquellas historias sobre hombres antiguos que comían plantas y animales y de cómo el Régimen, decidió que la mejor manera de evitar revueltas como la del invierno del 27 era la de alimentar a la población únicamente con aquel néctar de mierda. Desde entonces, el pueblo, había perdido su capacidad crítica, se había convertido en una masa sin voluntad, yonkis en busca de su ración diaria de Palna.

Cada noche, Mudrak, salía del callejón infecto donde vivía camino de los astilleros abandonados. Le gustaba saltar y trepar entre las ruinas de aquel lugar. Correr hasta que no podía mas. Sentir sus pulmones llenándose de aire y su corazón bombeando sangre hasta ta la extenuación. Le encantaba sentir el suelo húmedo bajo sus pies descalzos. Sus aventuras nocturnas le hacían sentir libre. Le hacían sentir vivo.

De ahí, que mientras caía al vacío consecuencia de aquel inoportuno resbalón, mientras era consciente de que aquello era el fin, mientras hacía repaso de lo que había sido su vida y todo lo que dejada atrás, en ese momento, sintió que no le importaba morir. Sintió que había sido fiel a su esencia y que no cambiaría ni una sola de esas noches en los astilleros por mil vidas vividas de rodillas.

Relato publicado en la Revista Paleo en el año 2016.

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